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Neil Armstrong: Heroe a pesar de sí mismo.

Neil Armstrong: Heroe a pesar de sí mismo.
Una nueva biografía disecciona la personalidad de Neil Armstrong. El hombre que rechazó convertirse en el Heroe Nacional de los Estados Unidos.

Cuando Neil Armstrong llamó por teléfono a sus padres, en el pueblo de Wapakoneta (Ohio), para decirles que había vuelto de la Luna, su madre le dijo que le dejara el traje espacial a ella para limpiarle la mugre extraterrestre. «Has dicho que es muy bonito allá arriba, mi amor, ¿verdad?», dijo Viola Armstrong. «Sí, es una preciosidad, mamá, pero me he llenado de polvo y no hay manera de quitarlo. Mi traje espacial está lleno de polvo y es imposible cepillarlo», le dijo su hijo. La respuesta fue como una comunicación del Centro de Control de la NASA: tranquilizadora y reveladora de una perspectiva llena de recursos: «No hay problema, cariño, tú tráelo a casa. Ya verás cómo mamá te lo limpia».

 

No parece que hablar de limpiar la ropa sea lo más normal cuando uno se convierte en la primera persona que pone el pie fuera de la la Tierra desde que hace 200.000 años el Homo sapiens dio en África sus primeros pasos. Pero los Armstrong no eran así. Eran gente de pueblo, sencilla, que no pedía más a la vida. Y eso no se veía influido por el hecho de que se pasaran toda la vida en Wapakoneta, con excursiones ocasionales a la ciudad de Columbus, o en Florida, con salidas esporádicas al espacio exterior.

 

La personalidad del primer hombre que salió a pasear a un cuerpo celeste que no fuera la Tierra es un misterio. Cuando murió, el 25 de agosto de 2012, Armstrong dejó una biografía llena de interrogantes. No por lo que logró, sino por lo que rechazó: la oferta del pueblo y de la clase dirigente de Estados Unidos de convertirlo en uno de sus héroes nacionales. Y lo hizo porque, aunque Neil Armstrong es para la persona de la calle un astronauta, él siempre se vio a sí mismo como un piloto. Ni más ni menos. Piloto de la Marina, en cazabombarderos F-9F Panther embarcado en portaaviones durante la Guerra de Corea. Piloto de la NASA de aviones experimentales X-15. Piloto de naves espaciales. Y piloto de ultraligeros por placer.

 

Neil Amstrong en el Apolo 11

Neil Amstrong en el Apolo 11 NASA

 

Ésa es la conclusión que se extrae de las 362 páginas de lo que puede calificarse como lo más parecido a la biografía oficial del hombre que comandó la misión Apolo 11 que le llevó a él y a Buzz Aldrin a esa «gran región de la nada» que es la Luna, según otro de los pioneros de la carrera espacial, Frank Borman. El libro se titula Neil Armstrong. Una vida de vuelo, y se ha puesto a la venta esta semana en EEUU. Su autor es Jay Barbree, amigo del astronauta durante 50 años y el periodista que ha cubierto para la cadena de televisión estadounidense NBC las 166 misiones espaciales tripuladas que ese país ha llevado a cabo. Por si eso no bastara, llega con el aval de un prólogo del también astronauta John Glenn, posiblemente el mejor amigo de Armstrong.

 

Ya en la introducción, Barbree deja claro que ha puesto como si fueran reflexiones suyas muchas cosas que su amigo le dijo, y explica que «voy a escribir más de lo que a Armstrong le hubiese gustado». Eso le da un toque muy diferente de las biografías de astronautas al uso. No en balde Armstrong calificó el clásico Lo que hay que tener -el relato del patriarca del Nuevo Periodismo Tom Wolfe sobre el Programa Gemini, en el que él también participó, y que fue llevado al cine- de «una buena trama y un buen ejercicio de cinematografía, pero una historia terrible», que «no tenía ninguna relación con lo que había pasado en realidad». Armstrong demostró una mala leche inusual en él cuando dijo de Wolfe: «¿Qué puede esperarse de alguien que lo más cerca que ha estado de viajar por el espacio ha sido estar en un ático en Manhattan?». Al menos, Barbree es piloto.

 

El libro llega justo cuando la NASA está haciendo algo que Armstrong rechazó en vida: convertir al comandante del Apolo 11 en un símbolo para obtener financiación y reforzar su imagen. Pasado mañana, los dos supervivientes del primer viaje a la Luna, Aldrin y Michael Collins, participarán en el bautizo oficial del Edificio de Operaciones y Salida de Cabo Cañaveral como Centro Neil Armstrong. Es un lugar emblemático para la NASA, porque allí es donde los astronautas de la agencia espacial estadounidense pasan su última noche antes de salir al espacio. Pero la decisión es más que simbólica: en los próximos meses, en esa estructura se van a ensamblar las naves espaciales Orion, con las que la NASA planea volver a realizar viajes tripulados al espacio. Más coincidencias: el cambio de nombre llega un día después del 45 aniversario del alunizaje de Armstrong y Collins, y 15 días antes de la fecha en la que el primero habría cumplido 84 años.

 

El pie de Amstrong en la Luna

El pie de Amstrong en la Luna NASA

 

Asociar el nombre de Armstrong a un edificio en el que se van a construir naves espaciales para el futuro proyecto estrella de la NASA es una jugada política. Descontada la inflación, el presupuesto de la NASA es hoy aproximadamente la mitad de lo que era en la era dorada de los viajes a la Luna. Pero el problema es más que presupuestario. La agencia espacial de EEUU tiene dos enemigos a los que no sabe cómo combatir. Uno es su creciente incapacidad para excitar la imaginación del votante -y del contribuyente- estadounidense. El otro es una miríada de empresas privadas de vuelos espaciales que le han arrebatado el monopolio de los viajes especiales, hasta el punto de que una de ellas, SpaceX, que ya abastece a la Estación Espacial Internacional, ha sido autorizada a usar la rampa de lanzamiento número 39 de Cabo Cañaveral, que es, precisamente, de la que partió el cohete que llevó a Armstrong a la Luna.

 

El circo publicitario de la NASA es cruel si se tiene en consideración que Armstrong dejó la NASA cuando se dio cuenta, según Barbree, de que lo que ésta quería de él era convertirlo «en un vendedor de coches, en un abrazafarolas, una estrella que la agencia pudiera hacer bailar al son que ella quisiera. Era una tarea que en la mente de Neil era la representación directa del concepto de castigo divino». Su renuncia a la fama y al poder fue absoluta. Dos años después de llegar a la Luna, dejó la NASA y compró una granja de vacas lecheras y cerdos en el pueblo de Lebanon, cerca de Wapakoneta. Allí, entre los prados y los bosques de hoja caduca que marcan la antesala de las grandes praderas, compaginó la ganadería con el título de profesor de Aeronáutica en la Universidad de la vecina ciudad de Cincinnati. Poco después se dio cuenta de que los estudiantes se subían a sillas para poder verle a través de una ventana alargada que estaba en la parte superior de la pared que separaba su despacho de un pasillo. Para evitar convertirse en una celebridad, tapó el cristal con una cartulina.

 

El influjo de la Luna es poderoso: mueve las mareas y también movió las expectativas que la Humanidad en general y EEUU en particular tenían sobre Neil Armstrong. El satélite, sin embargo, no logró cambiar al primer Homo sapiens que caminó sobre él. Para Armstrong, la misión del Apolo 11 fue una más. Desde luego, es la que tuvo más repercusión. Y Armstrong no pudo -ni siquiera intentó- asumir la carga de popularidad. Entre otras cosas, por algunas razones muy simples: el primer hombre que llegó a la Luna era muy tímido y carecía de ego. Como recordó su familia tras su fallecimiento, él fue «un héroe a su pesar» que «solo quería cumplir con su deber».

 

Neil Amstrong junto al X-15

Neil Amstrong junto al X-15 NASA

 

De hecho, el retrato que Barbree hace de Armstrong es el de una persona extremadamente retraída y poco segura de sus capacidades para comunicarse adecuadamente o ejercer liderazgo. Es algo casi increíble en una persona que fue capaz de dirigir, en un viaje lleno de imprevistos y a 400.000 kilómetros de la Tierra, a otras dos (entre ellas, a un personaje controvertido, con un ego considerable y al que muchos en la NASA consideraban un empleado problemático: Aldrin). Sin embargo, la modestia -o la inseguridad- de Armstrong eran proverbiales. En una reunión para elegir a su tripulación en el Apolo 11, Armstrong recordó a sus superiores que no sólo estaban las cuestiones técnicas, sino las personalidades. «Y ahí es donde yo no tengo mucha». Vista su actuación en el viaje y en su vida posterior, esa frase es un serio error de apreciación. Claro que, como señala Glenn en el prólogo, «su vida era volar».

 

En todo lo que tuviera que ver con estar en tierra, Armstrong no se sentía demasiado a gusto. Era educado y tímido hasta el agotamiento. Y, con la excepción de su diatriba contra Wolfe, apenas se le conocen enfrentamientos. Armstrong nunca llevó el traje lunar a la casa de sus padres. Ya en el momento en el que estaba hablando con su madre, sabía que ella nunca lo iba a limpiar, porque se había decidido que fuera entregado por la Institución Smithsonian, un organismo público que tiene una impresionante red de museos en Washington. Pero no quiso quitarle la ilusión. «Nada le relajaba más que hablar con su madre», cuenta Barbree. «Ir a la Luna era fantástico, pero también lo era volver a casa».