Plutón en Capricornio: El Enorme Poder de lo Pequeño
Autor: Alejandro Fau

“En época de mentiras, contar la verdad se convierte en un acto revolucionario”
(George Orwell)
Desde que se inventó la radio comenzó a vislumbrarse en las altas esferas del poder planetario la meterialización de su oscuro deseo y afán de controlar el comportamiento social de la población para utilizarlo en su propio beneficio de un modo efectivo, simple y económico. Más allá de la utilidad social que el invento tiene en mejorar las comunicaciones y la mejora en la calidad de vida de la mayoría debido a poder anticipar acciones o a la adquisición de nuevos conocimientos (por ejemplo: prevenirse ante posibles fenómenos metereológicos, o la posibilidad de educarse a distancia, etc.), también logró mostrar su contrafilo al mostrar su utilidad para modelar “realidades” totalmente ficticias adaptadas a los caprichos de lo conveniente para quienes la controlaban. Si la radio lo decía, eso era suficiente garantía para dar algo por cierto. Esta ingenua creencia se fue ampliando con el advenimiento de la Televisión primero, y de la Internet después. Podríamos remontarnos más atrás en la (in)capacidad humana de distinguir la realidad de lo ficticio y de cómo (auto)engañarla; podríamos citar la aparición de la Prensa escrita o más atrás aún, la necesidad de Sir William Shakespeare de aclarar en sus obras teatrales que lo que se representaba era una ficción y no tenía nada que ver con la realidad y que cualquier parecido con ésta era mera casualidad a fin de evitar disturbios entre el público, o muchísimo más atrás aún... con la patética pantomima religiosa de portentos o dogmas y leyes celestiales, jamás blanqueadas hasta ahora, para lograr manipular las mentes con imaginerías que nada tienen que ver con la verdad... pero sería extendernos demasiado. Pero lo cierto fue que con la aparición de la tecnología se rompió la hegemonía religiosa en la manipulación de los individuos para acumular poder y lograr beneficios económicos que satisfagan los fines particulares de quién las domine, sean éstos individuos o facciones acotadas de una sociedad. A través de todos estos medios tecnológicos se nos fueron implantando creencias, falsedades y mentiras, tan útiles para mantener el poder en las mismas manos siempre, sin importar las consecuencias que tuviera para la gran mayoría de la masa humana o de la naturaleza vital que la sustenta. Así es como ahora nos encontramos al borde de la extinción masiva por una característica propia de la especie humana: Su egoísmo.
El escandalo “Snowden” ha tenido resonancias insospechadas en todo el mundo. No es que no se supiera que las grandes potencias espiaban a paises enemigos e incluso a sus aliados con fin de defender su soberanía y negocios, la trama del caso Edward Snowden ha revelado la profundidad de ese espionaje que abarca no solo a los propios ciudadanos (las Secretarías de Inteligencia de los diferentes paises siempre lo ha hecho y nadie se ha horrizado hasta ahora), sino que ese espionaje se extiende a toda la población planetaria que tenga la ventaja (?) de estar comunicado telefónicamente o por Internet sin importar dónde se encuentre, o de los datos de ésta que se encuentren almacenados en las bases de datos de cualquier nación (registros civiles, personales, financieros, impositivos, de salud, etc.) violando las normas básicas del derecho y los principios de la justicia enumerados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los derechos básicos de todos, de cualquier individuo. Hablamos de los Estados Unidos de Norteamérica para empezar, ya que se auto-propagandiza como el adalid de la democracia en contra del totalitarismo, mientras no deja de cercenar los derechos ciudadanos de su población en aras de brindarles, dicen, mayor “seguridad”, y de sus aliados estratégicos como son el Reino Unido de la Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón que buscan liderar el “mercado” de la economía mundial a cualquier costo. Pero no son los únicos, al otro lado están los gigantes, y enemigos históricos de los anteriores, China, Rusia e Irán; y el resto de los paises del globo, que hacen su propia inteligencia interna al tiempo que son virtuales “sucursales” de uno u otro bando dependiendo de su ubicación geoestratégica y de los intereses personales de sus pseudos gobernantes. Edward Snowden ha develado esta siniestra trama y ha puesto en jaque a su propio país asqueado ya de todo. Un hombre, solo uno, se ha transformado en la peor pesadilla del Imperio de Occidente que se debate angustiado entre las opciones de si debe asesinarlo o no, ya que no acierta a dilucidar cuál de esas opciones le será más perjudicial. Mientras tanto, haciendo gala de su poder multimediático mundial, intenta desviar la atención de sus pecados por medio de la estupidización masiva, la falsedad y la mentira victimizándose y tratando de ganarse así la compasión y el apoyo de las clases altas y medias mundiales cada vez más pacatas, ignorantes e hipócritas. La sociedad moderna está al borde del estallido, se vislumbra un quiebre profundo y en lugar de la tan mentada “globalización” que se tenía como objetivo primordial para el Siglo XXI, se dirige a paso acelerado a una fragmentación irresoluble que promete instalarse por mucho, mucho tiempo. ¿Que si ésto vaticina una próxima guerra mundial? Probablemente sí, pero no por causa de Edward Snowden o sus revelaciones sobre mega espionajes intergubernamentales que prometen convertirse en el próximo éxito cinematográfico con visos de una telenovela onda culebrón de baja estofa, sino por causa de algo mucho más pequeño aún que el más pequeño de los hombres virtuosos o traidores: Por culpa de un insecto o, mejor dicho, por su ausencia.
Se llamó “Revolución Verde” a la difusión masiva de los cultivos de plantas genéticamente modificadas que prometieron acabar con el hambre en el mundo impulsada por los gigantes biotecnológicos Monsanto, Syngenta y Bayer. Estos verdaderos monstruos económicos facturan juntos cada año el equivalente al casi 45% de lo que se produce en todo el mundo por todo concepto, y alcanza el 80% del sector agroalimentario del planeta; su facturación individual excede con mucho la suma del PBI de la mitad más pobre de los paises de la Tierra. Cuando se nombra a Monsanto de piensa inmediatamente en Glifosato, un poderoso defoliante que mata toda planta salvo las modificadas genéticamente por ellos con derechos de Patente, y de los males sanitarios para la población humana que acarrea su utilización indiscriminada como se da actualmente. Pero no hablaremos de eso, que si se quiere es anecdótico comparado con los horrores invisibilizados a costa de ingentes cantidades de dinero que ella produce, porque ya hay material más que suficiente para lograr una condena generalizada que desgraciadamente aún no se produce. Porque no solo es el poder del dinero lo que hace que éstas empresas privadas se consideren impunes para hacer lo que quieren, sino el poder político y legal que poseen al haberse infiltrado en los organismos de gobierno de muchos países. Por poner solo un ejemplo, la empresa Monsanto mediante leyes similares a las que se están por aprobar en Chile y Paraguay, y en breve se propondrán también en la Argentina, pretende obligar a los agricultores a comprar sus semillas y encarcelarlos tan sólo por conservar para la siembra futura las semillas de la cosecha anterior, como se viene haciendo desde el Neolítico. La situación es grave por donde se la mire: Monsanto no puede ser llevada a los tribunales, dispone en algunos países de una policía de semillas que le permite allanar los graneros para descubrir el “crimen” de conservar semillas y no comprárselas a ellos, y ha conseguido que el gobierno de los Estados Unidos ponga sus gerentes en cargos directivos de las instituciones de control para garantizar ya sea un informe favorable o la simple y llana impunidad. Ante la evidencia de los problemas que había ya suscitado anteriormente, Monsanto obtuvo del poder político un acta que le garantiza que los estadounidenses no podrán recurrir contra ella cuando caigan enfermos o finalmente mueran como consecuencia de sus productos, o por provocar el mayor desastre agrícola que se cierne sobre la humanidad: la eliminación completa de la polinización natural.
Dije que no hablaría del Glifosato y mantendré mi palabra, pero hablaré de algo mucho peor. ¿Peor que el Glifosato? Sí, mucho peor. Los neonicotinoides son los insecticidas más usados en el mundo, y son producidos mayormente por las empresas que ya citamos y que les proveen de fabulosas ganancias. La nicotina es un veneno potente que usa como defensa natural la planta del tabaco. Pero en la naturaleza es preciso que los pájaros y los insectos lleguen hasta la planta para sentir los efectos del veneno. Con la producción y aplicación en gran escala de productos de efectos similares o más potentes se ha multiplicado enormemente el riesgo de extinción de especies, y han roto el equilibrio que la naturaleza alcanza por sí sola cuando no es perturbada por acciones humanas calculadas con el solo fin del lucro, aunque estas acciones estén presentadas como la cima de la racionalidad económica. Un informe de 100 páginas encargado hace muy pocos años por la ABC (American Bird Conservancy, de los Estados Unidos) al toxicólogo ambiental francés Pierre Mineau, revisa 200 estudios sobre los neonicotinoides y disparó todas las alarmas. El informe evalúa el riesgo toxicológico para las aves y los sistemas acuáticos e incluye comparaciones extensas con otros pesticidas anteriores que han sido sustituidos por los neonicotinoides. La evaluación concluye que los neonicotinoides son letales para las aves y para los sistemas acuáticos de los que dependen. El resultado es que un solo grano de maíz o un grano de trigo tratado con el más antiguo de los neonicotinoides –llamado imidacloprid– no solo puede envenenar fatalmente a un ave si está totalmente recubierto del producto: “Tan sólo una décima parte de una semilla de maíz recubierta de neonicotinoides al día durante la época de incubación puede afectar a la reproducción”, dice el informe, “haciendo descender drásticamente la población aviar necesaria para la sostenibilidad de los ecosistemas agrarios”. Amén de que sería muy triste vivir en un mundo sin pájaros. Pero ésto llamó inmediatamente la atención de otras personas. En 2006 los apicultores comenzaron a notar que las abejas desaparecían, o mejor dicho morían, de manera acelerada y creciente. En una conducta atípica, las obreras abandonaban a su reina y volaban hasta morir muy lejos de sus colmenas. Al principio no había explicación para lo que se llamó “el colapso de las colonias”, que ya provocó la pérdida del 85 por ciento de las colmenas mielíferas en los Estados Unidos. Las conjeturas se dirigieron al calentamiento global como responsable de la mortandad, otros hablaban de los pesticidas sistémicos y algunos responsabilizaron a los teléfonos celulares y a la posibilidad de que la multiplicación de señales electrónicas desorienten a las abejas. Pero poco a poco la atención se fue dirigiendo hacia los agrotóxicos y neurotóxicos, y dentro de ellos a los neonicotinoides que Syngenta, Monsanto y Bayer comercializan en todo el mundo para tratar las semillas modificadas genéticamente.
Hay casi 20.000 subespecies de abejas o “antófilos” (palabra griega que significa “que ama las flores”). Son los llamados insectos himenópteros dentro de la súper familia apoidea. Se las encuentra en todo el mundo en los hábitats donde hay plantas con flores. Se alimentan de polen y néctar; el polen es alimento para las larvas y el néctar, material energético que utilizan para su propia subsistencia. Es muy conocida la abeja doméstica, Apis mellifera, insecto social que vive en enjambres, aunque la mayoría de las demás especies son solitarias. Los abejorros, como el mangangá, (xylocopa augusti) son semisociales o solitarios, no forman colonias grandes ni duraderas como las de la abeja doméstica. La abeja más antigua conocida, preservada fósil en ámbar, tiene unos 100 millones de años y era parecida a las actuales avispas. Los primeros polinizadores fueron los escarabajos y las moscas, pero la especialización de las abejas las llevó a ser mucho más eficientes. Las plantas con flores o angioespermas, de las que hay unas 400.000 especies, surgieron rápidamente hace unos 130 millones de años cuando todavía no existían abejas pero sí los otros insectos polinizadores. Ahora es posible que de continuar con la “revolución verde”, y sus efectos colaterales, una historia que se inició hace 100 millones de años cuando el homo sapiens no estaba ni en proyecto y en el mundo animal reinaban los dinosaurios, esté por terminar con consecuencias muy negativas para el resto de la vida por obra y gracia de un recién llegado que cree saberlo y poderlo todo: El ser Humano. Como consecuencia no sólo comeremos menos miel, lo que nos afecta bastante poco a los argentinos, que no tenemos costumbre de ingerirla sino ocasionalmente al punto que el 90 por ciento de lo que produce el país se exporta; en el mundo la agricultura depende en el 70 por ciento de los pequeños insectos. Si las abejas desaparecieran se produciría una catástrofe alimentaria global con una gran subida de precios de los alimentos, lo que sí significa una muy buena noticia para Bayer, Monsanto y Syngenta y su modelo de negocios. Si además consideramos el efecto de la polinización en la vida de las selvas y bosques, el Apocalipsis bíblico se vuelve una posibilidad cercana y palpable.
En la Argentina, la angurria inagotable de los productores sojeros, sumada a su limitada visión congénita cortoplacista, ha obtenido que puedan sembrar la oleaginosa incluso en las banquinas de las rutas que antes debían permanecer despejadas. Además, para garantizar su lucro, riegan con desfoliantes y pesticidas las casas y las escuelas rurales sin cumplir ninguna norma, antes bien burlándose de ellas, como quienes conocen su impunidad amparados por la vista gorda de las instituciones públicas que debieran controlarlos. La siembra en las banquinas, que enorgullecía a las autoridades viales que pensaban así favorecer la producción agraria, dejó a las abejas sin una franja de plantas y flores naturales y las arrinconó en los montes que están siendo arrasados para sembrar soja de modo de completar el cerco. Todo a favor de la usura, que es la muerte rápida, y nada para las abejas, que son vida. Como muestra de la gravedad que está tomando el problema, la revista Discover informó que en el invierno pasado en el Valle Central de California no hubo insectos suficientes para polinizar casi un millón de hectáreas de almendros y los agricultores debieron importar precipitadamente abejas desde Australia para suplirlos. En la Argentina el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) hizo algunos experimentos para determinar cómo sería un mundo sin abejas. El ingeniero agrónomo Salvador Sangregorio y sus colaboradores, de INTA Alto Valle (Río Negro), demostraron que los árboles aislados de las abejas desarrollaban muy pocos frutos. Particularmente ensayos sobre árboles de peras de la variedad Abate Fetel determinaron que la producción cayó el 40 por ciento durante la primer cosecha, y apenas produjeron el 2% (Dos por ciento) de lo previsto en la siguiente. La doctora Marina Basualdo, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Veterinarias de Buenos Aires en un reciente reportaje expresó: “Un tercio del alimento que se consume en el mundo depende de la polinización por abejas para su producción. Se debe concientizar a los diferentes actores involucrados en los sistemas productivos de las amenazas que perjudican a las abejas y consecuentemente la producción de alimentos sino queremos exponernos a lo peor”. Pero estas voces claman en el desierto informativo al que todos estamos sometidos por los medios masivos de comunicación, cómplices interesados de las corporaciones agroganaderas que los/nos dominan.
A nivel mundial, ya han desaparecido el 80 por ciento de las abejas silvestres (teniendo en cuenta todas sus subespecies) y el 90 por ciento de las abejas domésticas (melíferas) durante la última década. Dicen que Albert Einstein, poco propenso a las predicciones apocalípticas, cierta vez dijo: “Lo he calculado, si las abejas desaparecieran de la tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida; sin abejas no hay polinización, ni flores, ni hierba, ni animales que se alimentan de ésta ni, por supuesto, hombres”... Dos congresos recientes de apicultores celebrados en Europa para tratar de entender y afrontar esta situación para la que no están preparados, concluyó que dado que las abejas no han desaparecido del todo, los cuatro años que se atribuyen a Einstein podrían estirarse quizá hasta 20. Otros, que son un poco más generosos y optimistas, dicen: 40 años para el fin del mundo tal como lo conocemos. Lo cierto es que cuando todo el mundo está pendiente y preocupado con el actual tránsito de Plutón en Capricornio esperando una espectacular catástrofe producida por el quiebre económico internacional o por una guerra atómica mundial que carbonice el planeta, ignora meridianamente que su supervivencia más urgente depende de algo tan nimio como un pequeño insecto: La desaparición de las abejas. Si bién toda extinción es triste, cuando de ésta depende la sustentabilidad de toda la vida en un planeta, lo es más... Traidoramente triste tango el funeral que te espera humanidad, de ser así. Aún para los que caerán ignorantes o a sabiendas habiendo hecho todo lo posible, o sin haber hecho absolutamente nada. Pués será para ellos como para todos, ya leales ya traidores, ya justos o pecadores, será para todos los vencidos sin vencedores sin nigún tipo de honores, ni el más mínimo de los honores... pues toda vida previamente conocida por nosotros en la tierra, allí, con nosotros, habremos enterrado. Qué triste haber bién merecido, el de tener un triste funeral sin flores.