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Plutón en Capricornio: Tiempo de Sagradas Barbas en Remojo.

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Cuando hablamos de Plutón en Capricornio y el consiguiente derrumbe de las estructuras de poder no podemos dejar de lado el hecho de que lo que sucede en realidad es producto de un profundo cuestionamiento que hacemos los seres humanos del poder en sí mismo y de las figuras que lo encarnan y el por qué; y si hablamos de arquetipos de poder no podemos dejar de referirnos a la figura que por excelencia lo encarna por encima de los otros, el mismísimo Dios, y de las estructuras que lo administran contraponiéndolo al del microcosmos y el ego individual.
Alejandro Fau | Plutón en Capricornio: Tiempo de Sagradas Barbas en Remojo.

“Nadie puede afirmar que Dios pueda ser objeto de conocimiento salvo para Dios mismo,
pues no existe nada a Él que le sea ajeno y pueda conocerse.”

René Guénon, Man and his becoming.




Antiguamente la religión encarnaba lo que hoy llamaríamos un Partido Político, una organización que se ocupa y propende a las acciones que son del bien común por encima del egoísmo inherente del ser humano procurando resaltar la igualdad básica de deberes y derechos. Hoy en día se ha transformado en una organización política de pensamiento egoísta que solo procura resaltar su superioridad de derechos por encima del resto amparada en el supuesto del irracional designio divino. Contrariamente del supuesto ideal democrático que tienen, o deberían tener, los partidos políticos en la actualidad, pues también ellos están cuestionados, la religión al igual que ellos hoy tiene una estructura jerárquica que responde solo a los ideales de una minoría por sobre los intereses de la mayoría con el fin de garantizar su permanencia entre los factores de poder que efectivamente gobiernan el mundo. En occidente nos figuramos al supremo Dios como una figura antropomórfica claramente definida: Un tipo muy vital y anciano de canoso pelo, ojos acuosos y larga barba blanca con perpetua cara de abuelo bueno y corporización de toda la paz y bondad que alguna vez podamos imaginar. Un algo fijo, perpetuo y acabado en sí mismo a lo cual aspiramos integrarnos una vez culminado nuestro transcurrir temporal en el mundo, pues nos asumimos externos a él, para así luego existir eternamente felices como premio a nuestra sumisión a sus egoístas intereses y una buena conducta en el respeto de sus arbitrarios designios. Un Dios que es una entidad totalmente aislada de nosotros que para no sentirse solo, o de aburrido nomas, ha creado todo lo que alguna vez hubo, hay o será, incluido nosotros mismos. Es curioso que este Dios sea un ser omnipotente, omnisciente y omnipresente que, paradójicamente, necesite de nosotros para poder existir, y solo se explica por el que somos nosotros quienes lo hemos construido a nuestra antropocéntrica imagen y semejanza, y no a la inversa como solemos decir, y que encarna una infantil fantasía que nos hemos creado con el fin de justificar cualquier cosa que nos venga en gana. Si apelamos a la más pura racionalidad salta a la vista que tal concepción de Dios es un completo absurdo, pero pese a ello la seguimos sosteniendo y permitimos que la arbitraria jerarquía eclesiástica que se construyó en torno suyo influya en nuestras vidas cotidianas, muchas veces cercenando nuestros derechos y causándonos innumerables perjuicios y pesares. Dios es el mejor invento que hemos hecho los seres humanos. Su creación nos ha permitido justificar las más sublimes y las más horrendas acciones que hemos realizado a lo largo de todos los tiempos sin la necesidad de tener que brindar incómodas explicaciones a alguien o de tener que pagar luego por nuestros errores. Nuestro Dios lo justifica y lo perdona todo no importa cuan grave sea, pero siempre y cuando seamos lo suficientemente poderosos o influyentes socialmente para que sus representantes aquí en la Tierra nos puedan utilizar para justificar sus propios intereses, acciones y errores, sino, Dios no justificará ni perdonará absolutamente nada aunque nuestra acción sea la más correcta, desinteresada y solidaria que alguna vez hubiera existido.

Es por todos conocida la inquina que profesa la religión occidental por la astrología actualmente, y que ha llevado no solo a condenarla y combatirla sino a procurar eliminar social, e incluso hasta físicamente, a cualquiera que la profese o muestre alguna simpatía por ella. Dicha desavenencia parte, entre otras razones, de la polar visión que ambas tienen sobre el concepto de Dios. Mientras que para la astrología Dios constituye una Totalidad de la cual nosotros y todo lo demás somos parte integrante e indisoluble, para la religión Dios es una entidad separada de todo el resto que, obviamente, también se encuentra separada de él y entre sí... como vemos, la diferencia reside entre una visión holista y una egoísta del Universo. Lo cierto es que ya desde el propio concebirse como tal, la religión (de Religare, volver a unir) no podría existir si no hubiese elementos separados que juntar, y su poder como tal solo es posible en la medida que pueda sostener a ultranza las divisiones de cualquier orden para poder erigirse así en la mediadora. En gran medida la religión occidental tal como la concebimos es la culpable del extremo egoísmo en el cual hemos desembocado como sociedad humana. La combinación de las visiones judía y griega del mundo con el cristianismo proporcionó el caldo de cultivo más idóneo para el crecimiento desproporcionado de la sensación de identidad personal y que ha erigido al "ego" como supremo valor indiscutido en la concepción del mundo. Tal es que hasta la fecha tanto la ortodoxia católica como la protestante se opongan de plano a cualquier teoría que ponga en entredicho la "integridad" del Alma individual y la sola mención de la existencia de un estrato más profundo, en el cual Dios y el hombre son idénticos, es inmediatamente desdeñada como un panteísmo contrario a la unicidad de Dios y tachada de herejía. Es esta visión dogmática y autoritaria del aparato eclesiástico que cuestiona a la criatura humana por decir que ella también es Dios, la que constituye el rasgo más distintivo del individualismo occidental; pues, según ella, debe uno en su vida esforzarse denodadamente por alcanzar todo tipo de objetivos personales y sociales con el fin de agradar a "Dios" que es quien tiene el poder de juzgar a cada criatura de modo separado cuando sobrevenga el famoso "Juicio Final" para que nos castigue o premie según le parezca. Tal concepción es comparable a pretender que estando nosotros mismos al filo de la muerte nos dediquemos a juzgar la acción individual de cada célula de nuestro cuerpo durante el período de su existencia en nuestro organismo con el fin de decidir quienes de ellas se quedarán con nosotros, que somos la representación arbitraria del supremo paraíso, y quienes serán expulsadas de nuestro ser material, obviamente hacia algo que no puede ser más que un horrendo infierno. La concepción de ésta idea es una infantil tontería aunque se la tenga como muy seria verdad teológica en la puja despiadada por detentar el poder.

En términos de sistema de pensamiento humano, la retro-información que da forma a las ideas requiere unos procesos inconscientes que son muy complicados de explicar aquí, tanto en el sentido individual como en el colectivo o social, pero ya hace mucho tiempo que se ha reconocido que los individuos están influidos por las fuerzas inconscientes en su accionar. Sin embargo, no se conocen tan bien los procesos a gran escala, a escala social, y lo que puede haberlos influido de un modo efectivo. En estos últimos tiempos tenemos la tendencia a verlos sólo desde un punto de vista estadístico: por curvas de población en el control de la natalidad por agentes climáticos, por la evolución histórica de las sociedades y por los cambios tecnológicos que vienen desde siglos atrás y que han condicionado esa evolución. Pero cada vez con mayor frecuencia atribuimos estos procesos a las fuerzas religiosas y tendemos a evitar su examen analítico con el fin de no contradecir nuestros propios conceptos culturales que pudieran llevarnos al auto-exterminio, mas lo cierto es que ellas contribuyen a reforzar y reafirmar las ideas que desembocan siempre en la creencia de que somos seres enteramente separados de nuestros semejantes, tanto individual como colectivamente, y de la naturaleza toda. Debiéramos agradecer, o condenar, a los históricos conductores de dichas fuerzas religiosas el haberlo conseguido. Se nos ha inculcado la idea de que Dios es inmutable y eterno, mas si esto fuese cierto el propio accionar y los principios que sustentan cualquier estructura eclesiástica serían falsas. La esencia de la eternidad es que no hay principio ni fin. Sin principio, no hay intención, no hay un motivo ni existe algo que podamos llamar bueno o malo. Sin fin, no hay una meta final ni nada que deba ser conseguido, no hay entonces ningún juicio al que se pueda arribar; y a partir de estas observaciones podemos pues postular que el pecado y la culpa, que son productos de la intención inicial, no pueden ser derivados de la eternidad. Conceptos tales como pecado-culpa-juicio requieren inicios y finales, tienen entidad solo si son referidos a fragmentos y no a la eternidad, y no pueden ser relacionados en modo alguno a algo que pretendamos llamar Dios. A partir de este simple razonamiento podemos comprender lo contradictorias, limitadas y limitantes que son nuestras proyecciones respecto de una supuesta divinidad absoluta... ¿pero a qué causa responde todo este absurdo entonces? A una pretensión del ego por su afán de acumular poder. Divide y reinarás, pues al ser consciente de tamaño absurdo te erigirás en el mediador entre las supuestas partes esgrimiendo la zanahoria del bien común entre las partes permitiendo pequeñas satisfacciones a los otros y quedándote tú con la parte del león. Cualquier abogado o político sabe eso hoy en día y sabe el cómo explotarlo, aunque debamos su descubrimiento y aplicación a aquellas incipientes estructuras sacerdotales primigenias que dieron nacimiento a las primitivas religiones.

Hoy en día la biología, la física y la psicología sostienen que el ser humano es una pauta de conducta que tiene lugar en el seno de un campo, comparable a los remolinos que se forman en el agua, que tanto podemos atribuir al organismo como a su entorno. Esta visión más “ecológica” de ser humano en tanto que “organismo/medio ambiente” resulta tan ajena a la concepción cristiana del alma individual encerrada en un cuerpo individual, como la difundida visión materialista del hombre como una chispa de inteligencia fortuita en un universo totalmente mecánico y carente de todo sentido. Esta visión de la ciencia moderna afirma el concepto de que allí donde existe un organismo inteligente el entorno también debe serlo, porque organismos y medio configuran una unidad indisoluble que evoluciona conjuntamente; y es la misma visión que sostiene la astrología desde hace por lo menos seis milenios. Lo cierto es que se nos vuelve una idea perturbadora el aceptar que formamos parte de una misma entidad, el universo como Dios/Totalidad, que en sí misma no está acabada y que es, aún, por definición incompleta aunque sea objetivamente real. Desde la visión psicológica actual se concibe la idea de Dios como una fantasía que sirve para calmar la angustia existencial del conocimiento de la propia finitud material y la incertidumbre del posterior destino de la consciencia individual, pero que se la ha extremado al punto de crear instituciones formales que la canalizan en lo social dotándola como de una muy consistente realidad. Esta visión individual fuertemente condicionada por las imágenes teológico/místicas (en nuestro caso la visión del mundo helénica y judeocristiana) se refuerza por el hecho de que esas mismas imágenes fundamentan todas nuestras instituciones sociales y se hallan inscritas en nuestro sistema jurídico, en la estructuración familiar, en la distribución de los roles sociales, el sistema educativo y académico y, quizá lo más importante, en la misma estructura del lenguaje que habitualmente utilizamos. Esto nos lleva a cuestionar el hecho de si el ego individual, que mora en el cuerpo pero que no pertenece completamente a él, que se considera como algo separado y dueño de su pensamiento y voluntad y que damos por sentado en el mundo cotidiano, no es más que una simple creencia transmitida por la sociedad para garantizar su permanencia. Seguramente trataremos sobre este particular en otro momento, pero si esto es efectivamente así o no poco importa ahora, ya que ser converso o ateo de esta idea no modifica en nada el hecho que el marco de la sociedad en la que vivimos está sustentado enteramente en la falsa creencia de lo individual como única realidad posible. Una falsa realidad que es explotada por las estructuras religiosas, tal lo que estamos planteando ahora, con el único fin de acumular poder. Estructuras que por otra parte también se están resquebrajando y fragmentándose irremediablemente tal como cualquiera puede verlo en la multiplicación de diferentes sectas e iglesias evangélicas de diverso tipo.

La historia de la religión está plagada de hechos que puestos en otro contexto harían las delicias de aquellas personas aficionadas a las telenovelas de la media tarde. Marchas y contra marchas movidas por la codicia, apasionadas fusiones y violentas separaciones, disputas terriblemente sangrientas, arbitrarios asesinatos y torturas, insidiosas venganzas, perversiones sexuales y corrupciones varias... y lo mejor de todo: todos estos ingredientes macerados con una salsa compuesta de la más completa y absoluta impunidad. Pero... ¿¡Es ésto el parámetro y la guía de la ética y la moral de la humanidad, el supremo ejemplo de santidad y desinteresado amor...!? Sí, sí, claro que sí, parece absurdo, y lo es... es lo que trato de decir. Mas pese a todo ésto, que no es una mirada sesgada sobre algún supuesto rumor proveniente de una oscura fuente no identificada sino de hechos históricos y de público conocimiento, estas estructuras de poder han atravesado la historia sobreviviendo a estados e imperios, y se siguen sosteniendo aún hoy día promoviendo en su discurso, pero de hecho negándolo en lo práctico, los mismos principios fundamentales de “amor, comprensión, renuncia, solidaridad, tolerancia, pobreza e igualdad”. ¿Por qué? Pues la respuesta, aunque suene también absurda, es muy simple. Porque son estas las estructuras económico-políticas más importantes de la sociedad humana ya que son las exclusivas legitimadoras de cualquier otro poder y cualquier acción que este emprenda, habiéndose alzado e impuesto como las gerenciadoras del mayor monopolio que existe en el universo: Dios. No hay, ni hubo, gobernante en el planeta que no necesite de la legitimación del aparato religioso de su pueblo para poder, valga la redundancia, ejercer el poder. El Rey no es Rey ni el Emperador tal, si no es coronado o investido en su cargo por una autoridad clerical. Recibe donaciones, prebendas y heredades, pero no paga ningún impuesto por ellos. La propia investidura pone a sus miembros por encima de la justicia ordinaria y fuera de su alcance. ¿Cómo han logrado ésto? Pues... a través de la coerción, la violencia lisa y llana, de cultivar la culpa y el miedo en la sociedad, de ocultar y tergiversar la información y de la manipulación consciente de todo aquello que definimos como cultura humana y que pueda reportarle algún beneficio. Poco se sabe, decíamos antes, sobre la psicología de la masa en estado puro y el modo en que ella se auto-regula. La mayoría de los estudios que existen sobre ella solo refieren sobre los arquetipos que han sido implantados en el inconsciente colectivo por las estructuras de poder que ejercen el dominio, y su manipulación a través de la publicidad por un lado y de la construcción del sentido común, por el otro. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que la estructura religiosa es maestra en su imposición y empleo, pues lo ha hecho durante miles de años. Es a nivel inconsciente que exportamos a lo individual estos mecanismos de control a nuestra propio microcosmos, y ejercemos así una despiadada tiranía en nuestro sistema energético integral por medio de un “Títere” controlado por nuestra astrológica Luna al que disfrazamos de figura solar: Nuestro propio ego. Pero no responde éste a nuestros propios argumentos y principios y en favor de nuestros propios intereses, sino utilizando aquellos que nos han sido implantado e impuestos desde lo externo por nuestras sociedades a lo largo de los milenios. Pero no te enfades por ello. Presta atención a lo que estás sintiendo ahora mismo, no censures nada. A la luz de lo que haz leído hasta aquí todo un cúmulo de cosas contradictorias se están agitando en tu interior procurando emerger a la consciencia, procura observarlas durante un minuto sin emitir ningún juicio, solo siéntelas e intenta discriminarlas para que adquieran su propia dimensión y consistencia procurando observar cuáles son realmente válidas. [ ]

No importa que seas Católico, Judío, Parsi, Budista, o Musulmán, o Hindú, o Sintoísta, o etc., probablemente llegarás a la conclusión de que cualquier institución, aún la más noble y santa que pueda imaginarse, es susceptible de corrupción pues está regida y dirigida por hombres, defectuosos por definición, y no por Dios, que siempre fue, es y será perfecto, y que por ello estas son y serán siempre perfectibles; o quizá pienses que lo mejor, entonces, es adherir a otra estructura u organización derivada o diferente más legítima que aquellas tenidas como las más tradicionales y que ya se han desvirtuado tanto. No es ésta una idea nueva, pues montones de reformas, contra reformas e incontables divisiones a lo largo de la existencia de esas mismas estructuras lo demuestran, y las diferentes instancias del tránsito de Plutón en Capricornio son pródigas en ejemplos sobre ésto a lo largo de los siglos y las eras puesto que en estos momentos es cuando los más profundos cambios suceden en el seno de éstas estructuras y en la aparición de otras nuevas... pero si prestamos la debida atención cualquiera de estas nuevas acciones u opiniones no implican ningún cambio real en lo interno, pues no cambia el propio y personal concepto de Dios. ¿y por qué no? Pues porque es imposible hacer un cambio desde el punto en que estás ahora. Es esta idea de Dios, aún la negación de su existencia, la que nos define a nosotros como individuos separados. Sin Dios no hay ego y sin ego no hay Dios; y es la definición, instalación y manipulación de esta creencia en la existencia individual la que le otorga poder a cualquier estructura místico/religiosa garantizando su eterna permanencia. Esto es válido aún en aquellas formas que procuran imponerse actualmente y que apuntan a la desaparición o a la trascendencia del ego y a la supuesta búsqueda de la “deidad interior”, tan en boga en esta moderna New Age en que vivimos; ya que se adhiere a estas ilusorias estructuras procurando superarnos a nosotros mismos, evolucionar y por ello ser mejores individuos. ¿No es ésta también una finalidad egoísta acaso? Dime algo antes de intentar argumentar en contrario con algún otro bonito dogma... ¿Cómo puedes combatir al ego siendo tú mismo el ego? Cualquiera de estas estructuras religiosas o pseudo-religiosas es una perfecta trampa, la trampa del ego. Medita en ello.