Hablando de Astrología: ¿cómo se explica un acorde en Si bemol mayor séptima disminuida?
Autor: Alejandro Fau

Cuando comenzamos a estudiar astrología e intentamos interpretar una carta, buscamos traducir esos símbolos que vemos a ideas coherentes que puedan describir de un modo irrefutable el pasado, presente y futuro de un ser determinado y único. Alguien que nunca ha existido antes en tanto experiencia de vida y que le toca atravesar así el aquí y el ahora. Y sin embargo, creemos que podemos saberlo absolutamente Todo de él. Nadie puede guiar con certeza hacia donde nunca ha estado, creo yo, pero aquí estamos pretendiendo saber por dónde es que debe ir ese otro Ser, por sí solo… Pretendemos saber del otro, quizá sin siquiera sospechar quien en verdad somos nosotros mismos. No quieras estudiar piano si te falta una mano, decía mi abuela… y la caridad y el saber, comienzan siempre por casa. Supongamos que sabemos quienes somos, y que podemos discriminar nuestros pareceres, juicios y prejuicios de los de un otro… pero no se puede mirar un mapa y saber de un otro sin tener en cuenta su contexto.
Si esa fantasía pueril resultara cierta, seríamos seres francamente dotados de un don extraordinario, o bien, ya habríamos desarrollado computadoras que hiciesen el trabajo por nosotros de un modo más eficiente y rápido… Hay conceptos a evaluar en la interpretación de un horóscopo que exceden la descripción por medio de una mera notación gráfica y su articulación en una gramática habitual, o que sea plausible de plasmarse aún en un formulismo intrincado de notación físico matemática. A todo texto debe añadírsele un contexto para ser interpretado de un modo adecuado, y en astrología ese contexto, es el propio individuo… Aún así, y pese a eso, tenemos en las manos un mapa y con eso ya debiera ser suficiente para saber bastante del asunto ¿no es eso acaso lo que la tradición astrológica dice, que eso es un tipo de “algografía” del individuo?
Bueno, sí, un mapa, digamos que desde algún lugar sí tenemos un mapa, pero es como tener un viejo mapa de caminos. Determinadas cosas no cambian nunca, como los lugares, las montañas, los bosques, los pueblos y ciudades, pero sí cambia el vínculo entre sí y sus habitantes acorde a las necesidades y los tiempos. No podemos afirmar que esa bonita autopista que ves está realmente ahí, cuando desde hace años su espacio lo ocupa una represa, hay un balneario y la nueva vía pasa por otro lado; o que ese pintoresco pueblecito de aspecto acogedor e inofensivo, no sea más que una siniestra tapadera de monstruos y vampiros… pero aún así se trata de un mapa. Ok, una guía, y no más que eso... pero al menos es una guía y nos informa de muchas cosas. Pero la escenificación de eso que sucede finalmente, pues depende de cada uno y su circunstancia… lo imaginado casi nunca se acerca siquiera a la verdadera verdad de lo que sucede luego, pues fácil es confundir el mapa con el territorio, y nuestra particular visión con lo que es la realidad de la otra persona, pero en fin... “Conócete a ti mismo” decían los unos, y rezaba a la cabeza de una tabla esmeraldina “…porque lo que está arriba, es como lo que está abajo”, y al fin de cuentas todos ellos hablaban de lo mismo, y del aprender por discriminar una cosa de la otra para luego volver a juntarlas, y así comprender la triple verdad del ser y de todas las cosas… aunque nunca pudieron desde el texto el explicarnos cómo.
El buscar fórmulas es un estadio por el que todos pasamos, una fase en el aprender a comprender de qué se trata esa extraña lengua llena de símbolos y relaciones, que inevitablemente hace que busquemos alguna fórmula... no importa si matemática o gramatical, una fórmula. Quienes aprenden música llegan a veces tempranamente a éste mismo lugar, tratando de resumir el ejercicio de composición o ejecución a una simple fórmula de matemática temporal siguiendo reglas claras, duras y muy precisas… logrando resultados francamente espantosos. Olvidan que la música se “siente”, que tiene un único y particular feeling. No es una mera simbología contable… En astrología sucede lo mismo y también en muchas otras partes, es algo que está en el arte y no en el “texto” de lo que está escrito. Es eso que mana, atraviesa al artista para ser mostrado en sí mismo. En música está quien logra interpretar una pieza musical y también, solo quien definitivamente la ejecuta.
Los lenguajes habituales tienen la limitación del Texto para enunciar siquiera conceptos comunes de lo astrológico, e intentar explicar la Astrología y sus significados es algo muy complejo de lograr utilizando esa vía. Pese a eso, hay cada vez más textos referidos a la temática astrológica, y su difusión e interés hacen que todos hablemos del asunto. Los lenguajes simbólicos son multidimensionales, y el mismo “Texto” puede no significar lo mismo en otra parte, tiempo y lugar… y al mismo tiempo sí, e intentar lidiar con esas cosas desde la dialéctica se pone muy, muy engorroso. Nuestra mente, entrenada a pensar de un modo lógico y lineal, no está entrenada para procesar un dato no-lógico, esto es algo a lo que lleva un tiempo habituarse. En los lenguajes habituales existen fórmulas, y creemos erróneamente que todo lenguaje las tiene. Todo lenguaje tiene sus limitaciones y complejidades, pero aún así, conociendo algunas palabras podemos hacernos entender si el otro pone voluntad y puede ver nuestro aspecto y gestos, ya que al fin de cuentas también el otro es un ser humano como nosotros con las mismas necesidades aunque hable en otra lengua. Pero creo que el lenguaje astrológico es lo más cercano que existe a un lenguaje extraterrestre, pues se hace necesario el pensar de una manera diferente y mucho más amplia para comprender la profundidad de sus significados. El símbolo es tal porque no hay palabra que pueda traducirlo, y su significado solo puede ser vivenciado para ser comprendido. Aún así es un Arte que, como la música, se aprende y se enseña, y en él hay tanto virtuosos, como toscos ejecutantes.
Hablar de algo que no puede ser enunciado es un enorme desafío para la mente, pues conlleva siempre un cierto nivel de incertidumbre en el resultado. Nos toma tantas palabras, frases, rodeos lingüísticos y metáforas exponer lo más simple de un modo aproximado, que nunca podemos tener certeza tanto de haber sido comprendidos plenamente, como de no haber deformado groseramente el significado de lo que queríamos decir al querer amoldarlo para que encaje dentro de ese contenedor que llamamos la palabra. No es fácil hablar de astrología con un no iniciado, por eso es tan compleja su enseñanza. No es algo que pueda aprenderse simplemente por una acumulación de lecturas técnicas de un modo normal y lógico, como podríamos hacer con el Manual de Reparación de Motores de Inyección Electrónica de procedencia Japonesa. De un modo u otro se hace necesario el contacto e intercambio con una fuente viva de un modo personalizado, para que pueda servirnos de guía y para ayudarnos a profundizar aún más con el intercambio. Alguien con quien hablar en el mismo lenguaje en que está escrita esa cósmica música de las esferas, que nos ayude a afinar nuestro “oído”.
La escenificación más habitual a la que se apela en la transmisión didáctica académica de la astrología, es el del drama mítico con sus matices y conflictos en estado puro. Un drama Olímpico en donde Diosas y Dioses se vinculan entre sí acorde a parámetros definidos e ideales, en un escenario celeste. Muchas veces se presta más atención a la trama del drama que al escenario en donde sucede, y se termina olvidando que forma parte inseparable de él. No resulta nada fácil desentrañar un conflicto de modo exitoso sin conocer el contexto en que se desenvuelve éste. La “atmósfera” condiciona el tema, solía decir mi profesor de música certeramente. Ése mismo instante que vemos reflejado en las posiciones planetarias inscriptas en ese mismo mapa natal, el drama mítico en cuestión, en otros distintos lugares, épocas y medios socioculturales pueden representar tanto a un banquero, a una panadera o a un pintor, quizá una abogada, un violinista, o un cartero… y que no tienen para nada vidas iguales, pero si que tienen iguales vidas. Tienen iguales vidas en el sentido de que disponen de lo mismos recursos potenciales para enfrentar las mismas circunstancias diferentes de la vida; pero no en el sentido de que los resultados obtenidos sean los mismos cuando cada uno enfrenta situaciones parecidas. Cada uno de ellos decide y resuelve por su propia conveniencia, circunstancia y conocimiento de sí mismo, de sus opciones, y de sus condicionamientos culturales y sociales, pero decide por sí mismo, y de muy distinta manera a como lo haría otro, uno mismo, o uno de los hipotéticos Dioses allá en el cielo.
Ante una consulta, el astrólogo tiene la doble tarea de traducir lo que lee. Primero para sí mismo y su propia comprensión, para recién luego poder intentar expresarlo a su consultante en un lenguaje que le sea comprensible y claro. Muchas veces es como un músico que lee en una partitura y “escucha” internamente una prodigiosa obra de música polifónica, pero que solo puede tararear la melodía básica de un estribillo a quién desconcertado lo mira sin saber nada del asunto. Se debe encontrar un lenguaje común con él, en el que poder comunicarse. Nada sabe de ciclos o cuadraturas, y el único tránsito que conoce es el que debió atravesar en el viaje para vernos, Saturno es un jugador de fútbol y Venus una tenista negra. Imagina la confusión cuando le dices que en realidad se trata de que los dos son Marte.
Al mismo tiempo, visto desde fuera, alguien que mira y lee a y desde un mapa, y habla con coherencia y seguridad sobre nosotros o sobre alguien a quien conocemos y podemos dar fe de sus palabras, solo mirando desde un diagrama o dibujito, y calculando cosas desde esa extraña ecuación… sí, lo cierto es que intriga. Porque no es lo mismo mirar la Luna para plantar repollos que para querer atisbar en el destino. Más en ambos casos es bueno saber qué es lo que se está viendo... No sea cosa que se malogren tanto chukruts como vidas solo por obvios y evitables imprevistos terrenales escenificados aquí, y no en el cielo. Podrías caerte a un pozo, por ejemplo... Nada es inmutable salvo el cambio, y pretender reducir al Ser a un conjunto inmutable de un resultado de fórmulas, de verdades quietas, es ya de por sí un contrasentido. Es negar el Ser en sí mismo, es declararlo muerto, pues Ser es desplegarse, es movimiento, es vivo ¿Cómo puedes pretender ver un futuro a algo si ya lo declaras muerto? ¿Qué me dirías de ti entonces, y de tu propia existencia si existiera tal fórmula?
Sí, a largo plazo todos muertos, anticipó Keynes, y eso lo sabemos todos, no hay que ser ni economista ni astrólogo para darse cuenta.