Astrología: El difícil arte de enseñar a sentir.
Autor: Alejandro Fau
“Pensar a medias, es vivir a medias”
Francisco María Arouet (Voltaire) 1764
Sensación y emoción se confunden habitualmente con el Sentimiento, pero no son lo mismo. Se puede apelar a la sensación y a la emoción para evocarlo, y es lo que intento hacer aquí con lo que escribo o cuando digo lo que digo en una clase. Por medio de evocar sensación y emoción busco hacer emerger desde el inconciente algo que atañe al sentimiento y que no puede ser comprendido por medio de la razón. Es éste un obstáculo claro cuando lo que se pretende es enseñar Astrología utilizando palabras como medio de intercambio en la comunicación con otro. Las palabras suelen ser casi inútiles en los asuntos que atañen tanto a la verdad como al sentimiento. Uso palabras, sí, pero ellas no dicen nada a quién no las halla vivido antes, puesto que el sentimiento es el principio del pensamiento y la palabra solo es una explicación vacía que solo se mueve en el contorno de aquello que se significa. Las imágenes verbales comienzan a distorsionarse en el momento mismo de su pronunciación, las ideas incrustadas en un idioma requieren el empleo de ese mismo idioma para su expresión y en la traducción a éste el pensamiento se retuerce en presencia de lo exótico y así también se desvirtúa. El lenguaje trata de un marco de referencia exterior a las cosas, un sistema particular, y aunque sabemos que en todos los sistemas acechan sus peligros nos arriesgamos en aras de la comunicación. Pero los sistemas lingüísticos incorporan las creencias inconscientes de sus creadores, y lo condicionan. Adoptar un sistema lingüístico aceptando sus creencias implícitas, solo contribuye a fortalecer la resistencia al cambio que impide el pensamiento libre y el sentir libremente. Lo que trato de decirles es que todas las palabras, en cualquier idioma que sea, son rígidas y no plásticas, ya que deforman su contenido para intentar hacerlo accesible a la razón, pero, aún así, muchas veces el objetivo se logra y el discípulo comprende y finalmente recuerda tras haber sido guiado por un otro hasta algo que yacía oculto en su propio interior. Así, la angustia de quien enseña desaparece por un instante y es feliz, pues sabe que las palabras se transforman en meros ruidos sin sentido cuando nuestro Ser preverbal se encuentra allí, frente a la verdad que encierra el sentir profundamente un símbolo descubriendo así su significado, y sabe que sus esfuerzos han valido la pena.
Durante el “Iluminismo”, quizá por su evidente novedad, prevaleció la exaltación de la Razón como el medio capaz de acceder a todo conocimiento y de plantear así soluciones a los históricos problemas de desigualdad existentes hasta allí. En principal inconveniente que se planteó entonces fue el creer que la razón, la lógica y su razonamiento, eran el verdadero pensar. El pensamiento sin sentimiento es solo una trampa lingüística que la más de las veces nos conduce a errores tremendos deshumanizando cualquier conclusión cuando este involucra a lo social. Si bien nos es muy útil para el pensamiento científico, aplicado a lo humano es casi siempre desastroso. Ya hemos hablado aquí del Capitalismo y la Economía Política, nacida de la mano de Adam Smith y su Riqueza de la Naciones producto de éste período, y que se nos revela hoy como un sistema absolutamente inadecuado como una solución a la pobreza económica y social, y al hambre que padece el mundo. Claro que desde el punto de vista racionalista la teoría de Smith es impecable si la aplicamos, claro, a una sociedad de autómatas sin sentimientos, pero su aplicación en una sociedad humana, estratificándola aún más de la que está, es definitivamente contraria a la moral y generadora de aún mayor pobreza y desigualdad. Mas desde la aparición del ego los humanos son susceptibles a tener fijaciones de clase, y crean de continuo sociedades estratificadas como si no pudieran aceptar otra idea respecto de un colectivo para viabilizarlo. No comprenden que la sociedad estratificada es en último extremo una invitación a la violencia y que este tipo de sociedades no se desmorona de un modo natural cuando caduca, sino que de un modo recurrente simplemente explota... y, aún así, desde sus ruinas se vuelve a construir otra igual, o aún peor. El Iluminismo a contribuido en mucho a ésto propiciando al egoísmo como motor del progreso desde entonces erigiendo a la Razón Pura como el supremo ideal del pensamiento. Cierto es que en esa época había una batalla encarnizada en contra del poderoso aparato religioso que fundaba su poder temporal en el supuesto designio divino, un dogma de fe, el cual se desvirtuaba de continuo en las luchas intestinas sobre quién era el más autorizado para ejercer dicho poder despótico sobre los hombres y se debía ponerle un freno; porque fuera quien fuera el que lo ejerciera el resultado también era siempre el mismo: Una cruel y despiadada tiranía apoyada en una sin-razón. Se pasó pues de un extremo al otro, y se obtuvo el mismo resultado que aún persiste, y que extremado como está hoy, aunque útil en progreso tecnológico, también se nos revela como incompleto y definitivamente inadecuado a lo humano.
Si pudiésemos parangonar la Mente Colectiva a la Individual, diríamos que en ese momento de la historia humana lo que se produjo fue un cambio de hemisferio cerebral. Se pasó de la gran preponderancia del hemisferio derecho en el “cerebro” social, rector del pensamiento mágico-creativo, al hemisferio izquierdo, rector del pensamiento racional-lógico, sin que existiera integración alguna. Si bien con la irrupción y desarrollo en el colectivo del pensamiento racional como una norma se ha logrado un fenomenal avance en la sociedad humana, este es solo compensatorio de su anterior represión y no una demostración de su superioridad como se pretende. El estado actual del mundo es su prueba más evidente pues poco o nada ha cambiado el panorama social planetario en tanto resolución de cuestiones humanas que arrastramos desde el inicio, como son el lograr la efectiva e indiscriminada equiparación de derechos y oportunidades, y la satisfacción de las necesidades básicas de todos sin distinción. Si bien se ha llamado al período que va desde mediados del XVIII a mediados del XIX como el siglo de las revoluciones, más acertado sería decir que fue el siglo del cambio en la hemiplejia mental del colectivo. Esta alternancia en la hemiplejia del pensamiento global ha tornado difícil la efectiva implementación de modelos educativos que puedan aplicarse a nivel masivo impactando fuertemente en el conocimiento y accesibilidad al saber que tienen los individuos. Si sumamos a ésto la desigualdad de oportunidades educativas a la que son sujetas los habitantes de los diferentes estados nacionales, podríamos llegar fácilmente a la conclusión que estaríamos muy lejos de poder lograr un pensamiento verdaderamente humano en el corto plazo mas sería inválida esa generalización, puesto que éste siempre ha existido. Cierto es que nunca ha existido a un nivel masivo, pero sí en lo individual y desde muy antiguo. Sin ir más lejos, en todos aquellos que tenemos como los más sabios de la antigüedad (Sócrates, Aristóteles, etc.) que conjugaban en sí un lúcido pensamiento racional al tiempo que un profundo sentimentalismo sin contradicciones. Era un pensamiento aún primitivo, claro, pero también, al igual que nosotros, ha ido evolucionado con el correr de los siglos. Es gracioso ver cómo en diferentes momentos de la historia se han exaltado sus figuras haciendo hincapié en solo un aspecto parcial de su pensamiento, rechazando u ocultando otro según fuera la mentalidad dominante de la época. Estos personajes no solo tenían una fuerte componente racional en su pensamiento, sino que también eran “Iniciados” en los llamados Misterios. Siempre ha sido así y aún lo hacemos con personajes mucho más modernos, como ya lo hemos referido desde aquí en otros artículos, citando como ejemplo a Sir Isaac Newton.
En este moderno siglo XXI en el que vivimos, el principal escollo con el que se encuentra quien se dedica a la enseñanza de la Astrología es la extrema polarización que existe en el pensamiento de las personas comunes. Por un lado están aquellos que como producto de su formación racionalista buscan explicaciones puramente lógicas rechazando cualquier cosa que refiera al sentimentalismo por considerarlo inválido, y por el otro, las personas profundamente sensibles que rechazan de un modo compulsivo el abordar cuestiones racionales, como el cálculo matemático p.e., porque no logran articular la lógica sin padecer una neuralgia o un ataque de nervios. Estos últimos son los más complejos de tratar por el impresionante cúmulo de fantasías que arrastran consigo, tanto sobre la temática astrológica en particular como sobre otras tantas cosas, y son quienes más lentamente deben ser guiados hacia el conocimiento astrológico ya que su estructura psíquica es muy frágil y puede dañarse irremediablemente si no se hace con el debido cuidado. Con los “racionalistas” en cambio la dificultad es otra, se deben romper las barreras de la lógica de manera continua pues debe uno persuadirlos de animarse a sentir y emocionarse con lo que les sucede antes que tratar de encontrarle una explicación a un eventual suceso. En cualquier caso, el nivel de complejidad es alto y no todos quienes practican la astrología pueden hacerlo, ya que la instrucción debe adaptarse a quien la recibe y es prácticamente imposible seguir un método uniforme que pueda aplicarse a todos salvo en sus lineamientos mas generales. Es con mucho más simple, pese a su extrema complejidad, formar un nuevo astrólogo que a un nuevo instructor. Como expresaba en el inicio, aún cuando sea tremendamente complejo llevar a alguien hasta allí, una vez captada y ejercitada la dinámica de acceso al significado implícito en el símbolo, es muy fácil a ese otro aprender la astrología; pero entrenar a alguien para que pueda guiar en ese camino a un otro es por cierto la mar de difícil. Generalmente el instructor es autodidacta respecto de las metodologías que sigue, pero siempre debe estar dispuesto a aprender y explorar nuevas técnicas con el fin de perfeccionar y ampliar su arsenal de recursos, y quien lo provee de éstas es la necesidad ante tal o cual persona en particular. Así pues, como en cualquier otra temática, quien mejor enseña es quien más está abierto a aprender sin descanso.
Si bien definimos globalmente a la Astrología como un lenguaje, quizá fuera más correcto decir que en realidad, y mucho más profundamente, se trata de un lenguaje al que solo se accede través de un modo particular del pensamiento. Esta modalidad del pensamiento hace necesaria la articulación simultánea de los dos hemisferios cerebrales y esto es algo que no estamos habituados a hacer, pues no hemos sido entrenados para ello por nuestros sistemas educativos. Bien sabido es que los diferentes lenguajes nos fuerzan a adoptar un modo particular de pensamiento el que depende tanto del lenguaje en sí mismo como del contexto en el cual éste se ha generado originalmente. El lenguaje condiciona nuestro modo no ya de nombrar a las cosas, sino el modo en que vemos a éstas. De esta dificultad bien pueden dar cuenta los traductores profesionales, quienes muchas veces se ven forzados a reemplazar una simple palabra por elaboradas frases para lograr dar un acabado sentido en la idea que el idioma original quiere expresar ya que no hay terminología en el idioma de destino para poder significar lo mismo de un modo tan sintético y simple. Respecto de la Astrología esta complicación es aún más alta, pues lo que intenta ser expresado es algo que, por definición, no puede ser nombrado. Traducido a un lenguaje habitual su expresión se parece mucho a un intercambio de adivinanzas, retruécanos y paradojas que continuamente entornan merodeando a la cosa y coqueteando con el verdadero significado sin llegar a nombrarlo nunca. Es desesperante para quien lleva adelante la tarea de instrucción el ver cómo compulsivamente algunos se empeñan en tomar nota de frases o explicaciones textuales sobre algo circunstancial creyendo que ellas resumen acabadamente un particular significado, y que luego repiten como loros creyendo que han comprendido algo, sin darse cuenta que no han tocado siquiera la superficie de aquello que se ha querido expresar. O más grave aún, no llegan a comprender que lo dicho depende, y en mucho, del contexto en que ha sido dicho y que ese contexto abarca tanto al tiempo, lugar, circunstancia y participantes de determinado instante el cual no puede ser ya replicado nuevamente. Dicho de otro modo, no se puede jamás volver a surfear la misma ola.
Pero hablando de dificultades en la enseñanza y el aprendizaje de la Astrología, es quizá la peor de ellas el alto grado de resistencia que tienen los individuos a aceptar lo que en verdad sienten. Culturalmente hemos sido condicionados para reprimir nuestros sentimientos en favor de dar mayor preponderancia a la razón. No quiero que esto que digo quede como una condena al iluminismo y la imposición del racionalismo a partir de ella, de ningún modo, puesto que anteriormente también existía. Cuando el poder se ejercía desde la imposición de un dogma religioso también era necesario que se reprimieran los sentimientos en los individuos para mantener el control, ya sea por medio de un deformado y artero razonamiento, o por la imposición de leyes apoyadas en esos mismos dogmas “de fe” (léase ésto como la manipulación ejercida en los individuos por medio de la catalogación de sentimientos que constituían en sí mismos un gravísimo “pecado”). En este caso, por medio de una razón primitiva y poco desarrollada, se nos entrenó para negar e intentar suprimir todo un cúmulo de sentimientos para evitar el rechazo o la condena social que muchas veces equivalía a la propia desaparición. Recordemos que también durante el Iluminismo el ateísmo era penado con la muerte. Ni que hablar del mundo actual, en donde nuestros sistemas educativos solo nos entrenan para ser miembros racionalmente útiles y funcionales a un modelo social paradójicamente deshumanizado en donde cualquier sentimentalismo es interpretado como un signo de debilidad a menos que pueda reportar un beneficio de tipo económico, o que pueda ser explotado como un medio de control social. Bien dicen que aprender astrología le cambia a uno la vida, quizá porque se descubre primeramente que se tiene una y se puede sentir que dicho concepto deja ya de ser una abstracción, o porque el modo en que antes se la veía cambia de manera radical, pero lo cierto es que más allá de ahora comprender un nuevo lenguaje el modo en que se piensa cualquier cosa es lo que ha cambiado. Todo lo que antes se sabía se expande y adquiere un nuevo significado, cosas que antes se asumía como nimias adquieren singular importancia y otras, que se consideraban como muy importantes, se disuelven y desaparecen entre las fantasías e ideales infantiles. Lo cierto es que se trata de un camino sin retorno, no porque no pueda uno volver a pensar ya como antes sino porque el esfuerzo que implica el volver a un modo de pensamiento incompleto es tal que no vale la pena siquiera el intentarlo. Ya sea que cuando niño te resultara o no difícil el aprender a montar en bicicleta, te invito a que intentes desaprenderlo y luego me cuentas.
Claro esta que este salto en el modo de pensar no garantiza en absoluto que pensemos de allí en más correctamente y nos volvamos repentinamente más “buenos”. Nuestro pensamiento es una herramienta y, como tal, es nuestra responsabilidad y depende de nuestro propio grado de la ética y la moral lo que hagamos con él. Tampoco implica que a partir de ello aprendamos más y que de la noche a la mañana nos transformemos en verdaderos genios. Filósofos y papanatas nacen de él por igual, y si bien aporta muchas ventajas y nos permite salvar una multiplicidad de escollos brindándonos posibilidades insospechadas hasta entonces, el utilizarlo o no y el para qué depende enteramente de nosotros mismos. Muchos detractores y escépticos del mundo astrológico lo utilizan sacando mayor o menor provecho de él en lo que hacen. Lo que sí es verdad es que para comprender cabalmente a la Astrología es condición absoluta el emplearlo y por ello es una prioridad, o al menos debiera serlo, para el astrólogo instructor el propiciarlo. Es así que se torna ridícula la pretensión de que pueda aprenderse la Astrología por medio de la simple lectura y sin la presencia de un guía. Es comparable a creer que puede dejarse de pensar, detener el pensamiento, leyendo un manual de instrucciones, o lo mismo que leer cien mil poesías románticas bastará para enseñarnos a amar. La Astrología se mueve en dimensiones de las que la razón no puede abarcar más que alguna sombra y entre la cosa y la sombra solo puede habitar la mas pura fantasía, pues basados en ella si solo contamos jorobas el universo entero cabe entre un maní y un camello. Quien no ha vivido la experiencia no puede entender de lo que hablo, y por ello los invito a hacer una simple prueba: Intenten explicar de un modo preciso y sin vaguedades todo aquello que sintieron, y por qué, al recibir su primer beso.